Nota publicada en Milenio Diario Monterrey el 28 de Enero de 2017
Coworking: trabajo sin hora, cerveza incluida
No tengo nada qué hacer en este lugar. Al principio me siento desubicado, un tanto extraño. Llegué al establecimiento, ubicado en el primer cuadro de Monterrey, sin saber qué encontraría.
Me recibe Iván, uno de los cofundadores, y su pequeño perro Chihuahua: la confirmación de lo que había visto cuando hice el primer sondeo, el negocio es de los llamados pet friendly.
De inmediato me invita a conocer las distintas áreas y me sorprendo, no es ni de cerca lo que esperaba.
Figuras de acción adornan los escritorios, muebles y computadoras en cada uno de los espacios compartidos, murales de distintos artistas enmarcan las paredes de los cuartos, una exquisita rareza urbana.
El primer grupo que me encuentro, tres jóvenes que rentan uno de los espacios de Coworking Monterrey, realiza una sesión de fotos. Supongo que son músicos. Más tarde lo confirmo al escuchar una melodía de jazz que proviene de ese cuarto y que encajaba perfecto con el ambiente del lugar.
Como ellos existen muchas personas, emprendedores que buscan un espacio en el que puedan desarrollar sus proyectos, y donde se encuentran con gente que, si bien no comparte sus intereses, renta un lugar para trabajar que nada tiene que ver con las oficinas convencionales.
En contraste con el Nuevo León corporativo, no hay horarios, códigos de vestimenta, mucho menos uniformes; no hay jefes, sólo gente dispuesta a desarrollar sus proyectos y que colaboran entre sí.
Iván Guerrero y Luis Rojas son las personas detrás de Coworking Monterrey, desde el 13 de abril de 2012, próximos a cumplir cinco años.
Al continuar el recorrido, Iván me cuenta acerca de los talleres que realizan. El establecimiento comparte espacio con un Café, hacen talleres de todo tipo: redacción, diseño web, Excel, Photoshop, cosméticos artesanales, incluso para entrenamiento de perros.
Al salir a la terraza da la impresión de ser un buen lugar para sentarse y leer un libro. Iván me cuenta que ha ido gente a rentar el espacio para todo, incluyendo simplemente leer.
Extrañamente me alegro. Me dice que una vez una persona fue algún tiempo para escribir su tesis, porque en su casa no se concentraba. Me alegro de nuevo.
Más tarde conozco a un grupo de cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, que tienen una agencia de publicidad: posicionan marcas, crean estrategias comerciales, entre otras cosas.
Me permiten estar un tiempo con ellos y me platican sus “razones”. En los cuatro puedo percibir una especie de orgullo, combinado con alivio, de ya no trabajar en una empresa “godínez”, como las llamó uno de ellos.
Ocupan uno de los cuartos privados que hay en Coworking Monterrey y lo decoran a su completo gusto: desde figuras de Dragon Ball y Star Wars hasta la biografía de Steve Jobs y una pecera pequeña donde nada tranquilamente un pez.
No tienen horarios establecidos, no hay reglas, cumplen con sus responsabilidades y aprovechan su tiempo, su productividad y sus habilidades de la mejor manera posible.
Por lo que he visto, la filosofía del coworking se alimenta del confort, la colaboración, y sobre todo, la ausencia de limitaciones creativas.
Después de una muy interesante plática y de llegar a conocerlos un poco, el hambre llega. Menciono el tema y para mi sorpresa, me invitan a comer con ellos.
Otra ventaja: comen cuando quieren. Paso a la cocina y conozco lo que llaman “tiendita de la honestidad”. Hay papitas, refrescos y cerveza. Nueva ventaja: ¡cerveza en el trabajo! No hay quién te atienda y comprendo el nombre, uno deja el dinero que corresponde a cada artículo que consuma, los dueños confían.
Después de comer con ellos (sesión de “Charades” en el celular incluida), llega la hora de irme: yo sí tengo un trabajo de los que ellos se han “liberado”. Me asalta una sensación de melancolía, quisiera tener un motivo para quedarme ahí, pero la verdad es cruda: no tengo nada qué hacer en este lugar.